jueves, 26 de febrero de 2015

Recuerdos en cemento

Despertar, abrir los ojos y saber que estaba en casa,
lugar de eterno verano, leyendo en la terraza
con cualquier edad en la ciudad del Sol que abrasa.
Caminar. Simplemente. Por cada calle, cada plaza,
cogido de la mano, luego con confianza.
Correr libre como un niño, sentir el mundo tuyo,
recordar de mayor, sentirte un capullo.
Ir al colegio cuando la vida no era tan dura,
cuando cada tontería podía ser una aventura,
cuando todo podía ser en una vida futura,
cuando luchaba contra el miedo en mi cuarto a oscuras.
Amanecer el fin de semana, los días buenos,
acompañar a mamá, al mercado al menos…
Maldecir aquella rutina de niño en voz alta
y ahora echo aquellos días tan en falta…

Sin irme del lugar y sin saber cómo he llegado aquí.
¿Cuántos recuerdos guarda esta ciudad de mí?

Del colegio al instituto sin pausa ni cortes,
atletismo en San Blas y demás deportes,
empezar a salir con amigos, sin excesos,
creyendo en el amor sin saber ni qué era eso.
La ciudad donde le dijo “sí”, la clase donde me dijo “no”,
los portales de tantas que qué se yo.
El lugar donde paró el tiempo, el otro del primer beso,
el comprender que nunca me querría y vivir con ese peso.
Las tardes en casa de los abuelos,
todos los que se fueron,
los que ya no se dejan ver el pelo
y los que murieron.
Las calles por donde pasaron
y por las que yo sigo.
Mientras la memoria no me falle, allí seguirán vivos.

Sin irme del lugar y sin saber cómo he llegado aquí.
¿Cuántos recuerdos guarda esta ciudad de mí?

Esperar en el pasillo y grabarme un escote,
estar en el recreo y no pegar muchos trotes,
Kiros y otros tantos motes
puestos mientras descubría mis dotes.
Garabatos en clase, garabatos en casa,
el cómic no fue una de esas modas que pasan.
La biblioteca del barrio con visitas tantos días…
Querer hacer en mi habitación mi propia librería
y dejar de gastarme el dinero en tonterías.
Ir mil y una veces al Ateneo cómics y demás,
tardes entre arte solo ¿y quién quiere más?
Yo, con las tardes con amigos que no cambiaría jamás.
Crecer y al anochecer beber,
alcohol aquí, alcohol allá,
tomando un poco por placer
y no por acabar con todo lo que haya.
Despertarme más tarde y sentirme fatal.
Ya no aprovecho las mañanas y la ciudad sigue igual.

Sin irme del lugar y sin saber cómo he llegado aquí.
¿Cuántos recuerdos guarda esta ciudad de mí?

Nuevos amigos por nuevos lares,
descubrir y aprenderme todos esos lugares.
Los grafitis paredes y carteles tapan
mientras yo de la ciudad hago mi propio mapa
de esta urbe con mierda a diario,
descubrí que los hijos de puta no entienden de barrios
y que esta ciudad está manchada por varios.
Frente al mar, creerme hipnotizado por sus labios,
cambiaba de aspecto en mis sueños
y en una esquina me decía adiós.
Y cada punto de la ciudad guarda un recuerdo con ella
que no borramos ni yo ni la lluvia
pero mis poemas los sellan
y su olor se lo lleva el suelo con agua turbia.
Creo como Nacho que esta ciudad es Suburbia,
que está viva, pero hecha una pena,
que no es una gran urbe pero la vida es amena
y al atarme a sucios muros grises sello mi condena.
Condenado a vivir en ciudad que nunca será vergel
donde cualquier lugar es peligroso como aquel
ascensor en el que se pronunció por él.

Sin irme del lugar y sin saber cómo he llegado aquí.
¿Cuántos recuerdos guarda esta ciudad de mí?

Relajarme en la playa, por mamá lleno de crema,
o volver a casa sin quemarme, hecho una patena
aprendiendo la lección a base de escamas.
Leyendo en la arena con las olas de fondo
zambullido en la lectura hasta lo más hondo,
solo parando para ver desfilar mujeres
y después volver a leer, bañarme u otros quehaceres.
Yendo a cualquier lado con poco dinero,
depende de cómo lo uses,
yo tiendo a ahorrarlo
y a recorrer la ciudad en buses.
Una ciudad pequeña que guarda grandes momentos,
buenos o malos, de alegría o lamento.
Puede que me marche, pero no miento
cuando digo que (para bien o mal) siempre la llevaré dentro.

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